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DEL INFIERNO AL PARAISO

El debate sobre los inmigrantes que vienen a nuestro país parece no tener fin.

 
E l debate sobre los inmigrantes que vienen a nuestro país parece no tener fin. Ya sé que la cuestión es más compleja que decidir entre echar o acoger a los extranjeros, tanto legales como ilegales. Para empezar, he de confesar que yo no quiero que vengan, por la misma razón que ellos no desean venir, ya que si lo hacen es por pura necesidad de sobrevivir.

Estos viajeros involuntarios se ven obligados a dejar sus lugares de origen debido a que las políticas económicas y sociales son injustas y la corrupción domina todos los sectores, ocasionado pobreza, guerras y el desplazamiento masivo de la población. A cambio de sustanciosas ganancias, muchos de los líderes políticos venden las riquezas naturales de sus países, en mafiosa complicidad con los gobiernos de las naciones más ricas y poderosas del planeta, permitiendo así entre todos que las grandes empresas extranjeras puedan expoliar estos recursos, aun sabiendo que son patrimonio del pueblo donde se hallan. Pero el sistema capitalista que impera en el mundo sabe como justificar todas estas injusticias y prefiere seguir apostando por un desigual modelo de crecimiento económico.

Cuando se promueve la competitividad y el beneficio económico como motores de desarrollo y progreso, cuando el poder y la riqueza se imponen sobre la conciencia y la humanidad, cuando la justicia social desaparece y los derechos humanos se pierden, podemos estar seguros de que una sociedad así se preocupa poco por el bienestar de las personas. Entonces, los más vulnerables son los que menos tienen. Y en tiempo de crisis, los pobres son los que más sufren.

Una parte de la población mundial se ocupa de consumir recursos y desechar basura a gran escala, generando un derroche desmedido, absurdo y suicida, unos bienes de consumo de los que la mayoría se ve privado, incluso en sus necesidades más básicas, pero cuyas consecuencias han de sufrir en un mundo globalizado. De este modo, la riqueza y el bienestar de unos pocos se sustentan en el sufrimiento y la miseria de otros muchos.

Por citar un solo ejemplo, en Europa, casi el 70 % de los niños tiene un videojuego cuyas materia primas fueron extraídas en tierras africanas, donde casi todos los chicos de su edad no solo carecen de tales aparatos, sino que tienen serios problemas para subsistir. Algunos países como el Congo están destrozados por sus minas de coltán, el llamado “oro gris”, de los que son los mayores productores mundiales (el 80% del mineral se extrae allí), una producción que bastaría para sostener por si sola la economía de toda su población. El coltán es el mineral más necesitado en el mundo, más valioso incluso que el oro. Resulta imprescindible en la alta tecnología, empleándose en las industrias eléctricas, las centrales atómicas, los misiles y la fibra óptica, aunque la mayor parte se destina a la elaboración de los teléfonos móviles. Debido a su enorme valor comercial, guerrillas locales y empresas multinacionales se disputan su explotación sin importarles el coste humano, incluido el de muchos menores de edad que han de trabajar en las minas sin ninguna medida de seguridad.

Esta competición tecnológica por sacar el último móvil se cobra infinidad de vidas. Una incesante sangría de muertes que ocasionan los constantes enfrentamientos armados por el control y posesión de las tierras ricas en este preciado y escaso mineral. El coltán sirve para financiar tanto ejércitos regulares como grupos guerrilleros, enfrentados todos ellos entre sí. Una guerra sin tregua, que fuerza el éxodo de la gente como medio de supervivencia, desplazamientos de los que nace una migración clandestina e ilegal.

Miles de personas se ven forzadas a emprender un arriesgado viaje, en el que pueden perecer ahogados en el mar o perdidos en el desierto, aunque con mayor frecuencia son robados, estafados, apresados, vendidos y hasta asesinados, tratando de alcanzar desesperadamente la tierra europea. Los afortunados que sobreviven no tardan en descubrir la dura realidad que se oculta tras sus falsas y quiméricas esperanzas de lograr un futuro mejor para ellos y sus familias. Estas pobres gentes, cuando consiguen llegar vivos a su destino tras sufrir mil penalidades, se ven tratados como criminales, como indeseables, como usurpadores. Cuando realmente los verdaderos enemigos no son ellos, sino todos los que, tanto allí como aquí, sin importar su nacionalidad o procedencia, se benefician con este indigno y criminal sistema de explotación humana.

Sin embargo, en las noticias cuentan poco de todo esto. Por ejemplo, los informativos televisivos, en lugar de ser rigurosos, veraces y objetivos, una crónica fiel de la actualidad mundial, se parecen cada vez más a un programa de entretenimiento, con la atención centrada en el deporte y los sucesos, cuando no dando una visión partidista e interesada de la realidad. Pero qué otra cosa podemos esperar cuando las grandes cadenas de televisión, radio y prensa, incluso las mismas agencias de noticias, pertenecen al capital privado. Es bien sabido que cuando la información se convierte en un negocio, los medios de comunicación se prostituyen.

A mi entender, contar la verdad de lo que ocurre y establecer políticas de justicia social, son los únicos métodos para frenar el éxodo de emigrantes que han de abandonar sus países a la fuerza. Una riada invasora que nunca tendrá fin mientras no tomemos conciencia de que es un problema que nos afecta a todos. Erradicar la pobreza en el mundo debería ser nuestro principal y más urgente objetivo, causa primera de todos los males que nos aquejan. Recuerda, ese inmigrante que miras, con miedo, recelo y desprecio, con el tiempo podrías ser tú.


 

 

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