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VIVE Y DEJA VIVIR

Una regla de oro para el bien común que habría que llevar a todos los ámbitos posibles de la vida, es aquella tan básica, sencilla y necesaria de: vive y deja vivir. Desgraciadamente, no sé por qué extraña compulsión, la mayoría de los seres humanos parecen inclinados a inmiscuirse en los asuntos ajenos. Veamos un simple ejemplo.

 
U na regla de oro para el bien común que habría que llevar a todos los ámbitos posibles de la vida, es aquella tan básica, sencilla y necesaria de vive y deja vivir. Desgraciadamente, no sé por qué extraña compulsión, la mayoría de los seres humanos parecen inclinados a inmiscuirse en los asuntos ajenos. Veamos un simple ejemplo.
Como seguidor de esta norma de conducta, no entiendo la repulsión que tanta gente parece sentir hacia la homosexualidad*, cuando en el fondo no deja de ser más que una forma privada de practicar el sexo, algo sobre lo que no tengo nada que objetar, mientras se trate de personas adultas, que lo hacen en privado y con mutuo y libre consentimiento. En resumen, que ser homosexual es una opción personal, que únicamente incumbe al individuo. Y los demás, no tienen nada que decir al respecto. Al menos, yo no querría que nadie me dijera y, menos aún, tratara de imponerme con quien puedo o no puedo irme a la cama.
Soy partidario de que cada cual haga con su cuerpo, su tiempo y su sexualidad lo que quiera. Mientras no dañe a terceros, menores o animales, no me importa en absoluto. Sin embargo, una vez dicho esto, comprendo perfectamente que, dada la clase de mundo en que vivimos, esta condición se mantenga en secreto, para evitar la burla, el desprecio y la humillación.
Debido a la presión que la sociedad ejerce sobre el individuo, la homosexualidad no supone un problema personal más que cuando se convierte en un problema social. Si una persona declara abiertamente o bien manifiesta de manera innata su tendencia homosexual, se verá expuesto a ofensas y discriminaciones de todo tipo, que pueden llegar a amargarle la existencia.
Recuerdo un caso del que fui testigo involuntario que resulta bastante ilustrativo de lo que suele pasar bastante a menudo. En una urbanización de chalets adosados de un pequeño pueblo toledano, había un vecino que se quejaba constantemente de los dos maricones que vivían al lado suyo. Alegaba con gesto de asco y horror que no soportaba oírlos follar a través de su dormitorio. El tipo aquel venía a pedir, en definitiva, que fueran expulsados del barrio por indeseables.
Yo le contestaba que tenían todo el derecho del mundo a vivir a su manera, incluido retozar en su casa cuando se les antojara, y que, si tanto le molestaban los encuentros amorosos de sus colindantes vecinos, en esos momentos, podía probar a ver la tele, escuchar música o salir a dar un paseo, en lugar de pegar la oreja a la pared. Al fin y al cabo, le decía, eran dos personas de mediana edad, amables, educados, respetuosos, que además tenían la casa más vistosa y bonita de toda la calle, con abundantes flores y árboles en su cuidado jardín delantero.
Las quejas del homófobo vecino persistieron, junto con un chaparrón de insultos, bromas de mal gusto y desplantes, sin que nadie lo impidiera, hasta que aquella simpática pareja se hartó del acoso, y decidieron, muy a su pesar, vender su preciosa casa y regresar al anonimato de la ciudad.
Nunca he podido comprender por qué la sexualidad de otros inquieta y molesta a tanta gente. A fin de cuentas, con quien viven y se acuestan los demás es un asunto privado que no debería preocuparles en absoluto, salvo, claro, que les afecte de alguna manera. Y sólo se me ocurre pensar que tal vez la repulsión que sienten obedezca a un impulso interior íntimo y secreto. Debe tratarse de algo relacionado con su propia represión. Es más, casi me atrevería a asegurar que muchos de estos puritanos, en lo más profundo de sus húmedos sueños nocturnos, desean algo cuyo solo recuerdo les perturba y avergüenza a partes iguales.
* El argumento resulta igualmente válido para cualquier otra forma de entender la sexualidad, las diferencias raciales y de género, o cualquier otra manera de definir la libertad personal de ser uno mismo en todo momento y lugar.
 



 
 

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