No he pasado frío durante la noche, incluso he pasado calor. Los dos sacos y la ropa que llevo puesta están funcionando bien, y también al estar nublado la temperatura no ha descendido demasiado.
En cambio, he sufrido por la incomodidad del terreno. Los dichosos bultos que no hay manera de evitar por mucho que nos esforcemos en aplastar la nieve previamente o me pelee con ellos propinado codazos o puñetazos dentro de la tienda.
Preparamos el desayuno dentro de la cabaña intentando no molestar a los alemanes, que aún duermen. Intento comer todo lo posible, pero sin atiborrarme, con la intención de mantener reservas para el día de hoy.
De nuevo preparamos termos con bebidas isotónicas y en polvo, más incluso que otros días para el largo y complejo día que nos aguarda.
Me calzo las tiesas botas que, aun habiéndolas dejado dentro de la cabaña durante la noche, me hacen sentir los pies helados hasta que el cuerpo entra en calor con el esfuerzo.
Me pongo el pantalón técnico, las polainas y una camiseta térmica más gruesa. El chaleco, el forro polar y por último la chaqueta de Solo Climb. Para proteger la cabeza, uso el balaclava a modo de bufanda por si lo tengo que necesitar y mi gorro rojo técnico. En las manos llevo unos guantes finos, muy prácticos cuando tengo que manipular objetos, y, por supuesto, las manoplas polares que ya no me quito salvo en contadas ocasiones. En los pies, unas medias finas de licra y encima los gruesos calcetines largos. El conjunto completo, lo que viene a ser la vestimenta por capas, al estilo cebolla.
Al cabo de un tiempo de marcha ya no serán necesarias algunas prendas de abrigo, pero de momento toda la ropa es bienvenida. Partimos después de recoger la cabaña y limpiar la zona de acampada.
Son las 08,30 cuando emprendemos la ruta y al cuerpo le cuesta arrancar. Los músculos están entumecidos. El peso de la mochila y el esfuerzo continuo de arrastrar el pulka cobran factura kilómetro tras kilómetro, paso tras paso, en los dos días que llevamos solamente.
Enseguida tenemos que bajar los tres pulkas por unas escaleras con una rampa de nieve dura lo que hace que resulte excesivamente complicado su descenso y el nuestro. Una labor lenta. A continuación nos toca descender a nosotros utilizando la cuerda en S como nos enseñó Jaime ayer.
En otro tramo, nos vemos obligados a cruzar una larga pasarela de al menos 50 metros, ayudándonos de las cuerdas, y de uno en uno, ya que el paso se tiene que hacer de esta manera por el exceso de carga que acarreamos.
Esta etapa la queremos fraccionar a la hora de llevar los trineos de plástico, para que no resulte tan pesada. Yo comienzo la primera parte, con mi escudera Sara detrás, atenta a cuanto acontece.
Desde hace días, me pregunto por los animales del bosque. No hemos visto huellas ni indicios de su paso, ni hemos tenido ocasión de avistar ninguno, como si rehuyeran el encuentro con el ser humano, cosa que no es de extrañar.
El paso es lento sobre la nieve blanda. El cansancio aumenta. Nadie dice nada. Por momentos, siento pinzamientos en el cuello y ya no sé cómo acomodar la mochila. Otro elemento que ha resultado ser una mala adquisición. Y otro error no haberla usado lo suficiente antes para comprobar su idoneidad y este es su verdadero bautismo, pero la mochila Altus Montblac de 75 litros es tremendamente incómoda, no descarga en los lumbares y tira de hombros y cuello. Eso, sumado al arrastre del pesado pulka, hace que sufra físicamente.
A mitad de camino nos encontramos con un centro de visitas con cafetería. Se trata de un punto de intersección para visitar el parque. Vemos los primeros coches y familias con niños desde que salimos y, aunque hace solamente dos días del comienzo de la travesía, por la intensidad de la experiencia nos parecen muchos más.
El grupo aprovecha la oportunidad para tomar algo caliente, yo me limito a estirar, fumarme un cigarrillo y echar un vistazo en la tienda que hay dentro y cuyos precios son elevadísimos. Finlandia, pese a ser un país escasamente poblado, ha sabido sacar provecho de sus recursos humanos y naturales y disfruta de un elevado nivel de vida, siendo un modelo su sistema educativo para el resto del mundo.
Es hora de volver a la ruta. Realizamos los cambios para arrastrar los pulkas. Es un verdadero descanso no tirar de esos pesados ingenios cargados hasta los topes, pero, aunque ya no lo arrastre, tengo que llevar la mochila, abrir huella junto con Jaime y ayudar a Sara a subir o bajar el pulka, no ya solo en los tramos que usemos cuerda, sino en cualquier elevación. Ayuda mucho, después de tantos kilómetros de duro arrastre, no sentir apenas el trineo en las subidas, cuando tu compañero está empujando con los bastones desde atrás.
Aún no ha terminado la jornada. Pronto anochecerá y sacamos nuestros frontales para tenerlos a mano. A pesar de la fatiga, es algo que espero con ganas; moverme en la oscuridad de la noche me encanta. Y si antes no apreciábamos nada entre la espesura del bosque, ahora todavía menos. Cuando vuelvo la vista atrás puedo ver una fila de rostros agotados, con las cabezas agachadas y un haz de luz como guía. Jaime, incansable, abre huella. No decimos nada.
Hoy solo cuenta llegar y descansar. Y lo malo es que para culminar el día tenemos otro descenso para acceder a la cabaña. Son accesos de escaleras de madera que en época estival resultaría cómodo y fácil, pero que ahora, completamente nevadas y con los pulkas, requiere no un complejo pero sí un tedioso amarre de cuerdas. Teniendo que realizar la maniobra por tramos dado la longitud de la sinuosa escalera.
Los cuerpos ya están cansados pero nos ponemos a disposición de Jaime, bien para que uno baje junto con el pulka para evitar que se salga del carril de la escalera y otros para ayudar a descolgarlos.
Para nuestra sorpresa, al llegar a la tercera cabaña Ansakamppa, la encontramos invadida por los que luego nos enteramos son familias jóvenes con niños pequeños procedentes de Ucrania, que usan la cabaña como si fuera un albergue hotelero.
Lo que podía haber sido un lugar de descanso tras una dura jornada se convierte en una alocada, aglomerada y cansina noche de cabaña. Hacemos uso de ella lo justo para cenar y poner a secar las prendas. A pesar de ser una cabaña espaciosa nos tenemos que conformar con ocupar sólo una de las mesas. Haciendo caso omiso del ruido y jaleo, intentamos sacar un rato para distraernos. Jaime y Andrea cuentan chistes, de los que el primero parece ser una fuente inagotable.
Nadie esperaba semejante aglomeración de gente, incluso Jaime nos dice que es muy raro que pase esto.
Por primera vez estoy deseando irme a la tienda. Creo que ninguno hemos disfrutado de la cena. Esperábamos poder descansar, estirar, relajarnos y nos encontramos con una horda de pequeños ucranianos. Incluso una de las mujeres nos ha reprochado que hablásemos alto. Lo dicho, sólo había tiempo para reponer fuerzas, dejar a secar botas y ropa e irnos a dormir a las tiendas colocadas fuera. Es motivo de conversación entre nosotros. No sé quién tiene o no razón. Dicen que no está permitido pernoctar en las cabañas a grupos de agencias, pero sí las pueden ocupar familias como si se tratase de una residencia de vacaciones. Esta gente, por lo que vemos, en vez de alquilar cabañas de pago hacen uso de estas cabañas gratuitas finlandesas. Todo un chollo.
La noche está cubierta. Hoy no veremos auroras.
Toca dormir e intentar descansar. El sueño pronto me invade.
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Me gusta hesto reportage!