S
e puede seguir el rastro de un ser humano por los restos de basura que va dejando a lo largo de su vida, un montón de porquerías que jalonan su paso por este mundo. En mayor o menor medida, cada uno de nosotros genera una ingente cantidad de desperdicios de todo tipo, desde efectos personales inservibles a inmundicias físicas, más aquellas otras producidas por el consumo abusivo de los recursos naturales.
La cuestión es que la Tierra se ha convertido en un gigantesco basurero. Hay basura por todas partes: islas de plástico en el mar, montañas de vertederos en las zonas habitadas y un cielo cada vez más contaminado por la emisión de gases nocivos. La acumulación de desechos que ocasionan las actividades humanas se ha convertido en un problema global, algo que nos afecta a todos, aunque se produzca en el extremo más alejado del planeta.
Desde hace tiempo, multitud de voces nos alertan sobre este grave y acuciante peligro, insistiendo en que es fundamental reducir nuestro excesivo consumo, o nos veremos inevitablemente abocados a la ruina y la destrucción como especie, sepultados bajo nuestra propia basura tecnológica. Otros animales vendrán a tomar nuestro relevo en el mundo. Las ratas y las cucarachas reinarán sobre los últimos restos de la civilización humana.
Podemos imaginar un tiempo futuro, más o menos lejano, cuando alguien proveniente del espacio exterior, un visitante del Universo, llegue a este diminuto punto azul de la galaxia, un pequeño y recóndito mundo habitado por seres civilizados, y su desoladora decepción al encontrarse con un planeta, hermoso y único en cuanto a su naturaleza, pero en el que la humanidad se habrá extinguido, devastada por su propia mano homicida. Un lugar destruido por los mismos especímenes supuestamente superiores que tenían la responsabilidad de cuidarlo y protegerlo para todos los seres vivos que lo habitaban. El único testimonio que quedará de nosotros será nuestra basura. Toneladas y toneladas de materiales diversos cubrirán como un espeso manto la tierra, el mar y el cielo con su degradante y letal contaminación. Sabrán que para nosotros este lugar era la Tierra, un nombre que caerá en el olvido, ya que, como la mayoría de los exploradores del pasado han hecho, bautizarán el descubrimiento en su propia lengua, al que posiblemente acaben llamando el Planeta Basura. ¿De qué otra manera se podría llamar?
Esta ingente masa de basura que sofoca al mundo y amenaza con destruirlo está causada en gran medida por la cultura del capitalismo industrial, de la que somos herederos y partícipes a título responsable, un sistema ideológico que impuso la creencia de que gracias a la ciencia no existían límites para lo que el ser humano podía lograr en nombre del progreso. Desde luego, nadie puede negar los indudables beneficios con los que el avance científico ha contribuido al bienestar de la Humanidad, como es fácil deducir, por ejemplo, tras el aumento y la calidad de vida que la medicina nos ha proporcionado.
Sin embargo, desde entonces también hemos podido comprobar los males que ocasiona un progreso material desmedido y sin control. De modo que, de un tiempo a esta parte, el miedo y la inquietud también han ido creciendo en una población expuesta a desastres que nos afectan a escala planetaria. No tenemos más que recordar la explosión en 1984 de la planta de pesticidas de Bhopal, en la India, o el desastre de la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania, el año 1986. Estos fatales hechos nos sirven de triste recordatorio, una demostración sin paliativos del daño que puede causar la tecnología en la actualidad, sobre todo cuando es manejada por gente sin escrúpulos a los que solamente les preocupan los intereses económicos. Un poder destructivo que supone una amenaza para la vida en el planeta, empezando en primer lugar por la misma especie humana.