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LAS TRADICIONES ESPAÑOLAS

Las costumbres populares lo dicen todo de un país. Nos hablan de lo que han sido y de los que son, y probablemente indican hacia donde discurrirá su futuro. Resulta muy revelador saber a qué clase de juegos y fiestas entrega su tiempo una comunidad de personas. De su elección podemos extraer datos para llegar a conocerlos mejor.

 
L as costumbres populares lo dicen todo de un país. Nos hablan de lo que han sido y de los que son, y probablemente indican hacia donde discurrirá su futuro. Resulta muy revelador saber a qué clase de juegos y fiestas entrega su tiempo una comunidad de personas. De su elección podemos extraer datos para llegar a conocerlos mejor.
Sin ir más lejos, tomemos como ejemplo algunas tradiciones españolas, entre las que destacan a nivel popular: toros, procesiones, verbenas, romerías y carnavales. Más allá de ciertas peculiaridades regionales e incluso locales, estos son los acontecimientos públicos que entretienen y definen a la gente de este país.
Estas diferencias de costumbres de unos pueblos a otros -lo que se suele definir como idiosincrasia-, nos lleva a cuestionar si todas las tradiciones son igualmente buenas, legitimas y dignas de seguir siendo conservadas, o bien algunas convendrían ser eliminadas y sepultadas en el olvido por malas e ignominiosas. ¿O acaso, solo por su antigüedad, una tradición tiene derecho a existir? ¿No deberíamos contemplar otros aspectos, como pueden ser el conocimiento y bienestar que nos reporta como seres humanos?
Es posible que los más conservadores aleguen que una costumbre heredada de nuestros mayores, tiene valor en sí misma, y que, simplemente por haberse perpetuado en el tiempo, ya merecen nuestro respeto y continuidad. Yo no lo creo así. Por el contrario, soy partidario de eliminar lo malo y conservar lo bueno.
Para ilustrar este argumento, elegiré dos tradiciones españolas muy distintas: una, la declarada por muchos como la fiesta nacional, y otra, el regionalista día de San Jordi; la primera, más antigua y representativa del carácter patrio, y la segunda, más moderna y minoritaria, distintiva de una determinada comunidad, en este caso, la catalana.
No cabe duda de que ambas tradiciones representan lo que somos. En el caso de los toros, que consisten básicamente en la tortura y muerte pública del animal, muestra nuestro lado más violento, inhumano y feroz. Una costumbre acorde con nuestra desgraciada historia nacional, plagada de guerras civiles, conquistas sanguinarias, censura cultural, opresión religiosa, explotación económica, etc., que el sufrido pueblo español viene soportando desde los tiempos de los romanos. Coincido con Pérez Reverte cuando dice que en este país hizo falta una revolución con guillotina que nos librase de nobles, clérigos y banqueros. La sociedad española se complace en masacrarse regularmente y vive enfrentada consigo misma de manera constante, sin hallar la unidad y la paz que le dé forma como nación.
Por otra parte, la moda de regalar libros y flores un día al año, a mi entender, influye en los aspectos más sensibles, cultos y refinados de la persona, aquellos que pueden contribuir a mejorarnos como individuos y, por extensión, como colectividad.
Tras este breve análisis, traído un tanto por los pelos, yo me decanto por eliminar para siempre una fiesta tan inútil, cruel y barbará como los toros, que supone un oprobio para muchos de los que vivimos en este país, y que además nos avergüenza en el extranjero, y potenciar tradiciones como regalar libros y flores, que incrementan la comprensión y la cordialidad entre las personas, dos cualidades básicas de las que tanta necesidad tiene nuestro pobre, inculto y siempre desavenido país.

 




 
 

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