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LA LOCURA TELEFÓNICA

El ser humano tiene una innata y decidida tendencia al abuso y el exceso en todos los órdenes de la vida. Abusa de los recursos naturales del planeta, abusa de las demás personas, abusa en el placer y en el trabajo, y abusa hasta de sí mismo, de modo que podríamos decir que su tendencia es abusar de cualquier cosa que se le ponga por delante.

 
E l ser humano tiene una innata y decidida tendencia al abuso y el exceso en todos los órdenes de la vida. Abusa de los recursos naturales del planeta, abusa de las demás personas, abusa en el placer y en el trabajo, y abusa hasta de sí mismo, de modo que podríamos decir que su tendencia es abusar de cualquier cosa que se le ponga por delante.
Y ahora, en los tiempos actuales de indudable avance tecnológico, se dedica a abusar de cuanto cachivache sale al mercado, una debilidad humana que los fabricantes y vendedores estimulan más allá de cualquier uso racional.
Sin ir más lejos, la manía del móvil parece haberse adueñado de todo el mundo. A juzgar por lo que podemos ver habitualmente, este pequeño aparato se ha convertido en pocos años en una especie de prolongación de la mano, un apéndice mecánico incorporado a la anatomía humana.
Bien, todo esto que parece exagerado no lo es tanto. Basta con echar un vistazo a tu alrededor. Allá donde vayas, no verás más que personas enganchadas al móvil, en todo lugar y en todo momento. Sin importar si molesta, incomoda o perturba a los demás. Puedes escuchar las conversaciones ajenas y esta falta de privacidad no le preocupa a nadie. Además, parece haberse instaurado una especie de mandato general que obliga a estar siempre localizable, ya que se supone que llevas el cacharro encima constantemente. Este fenómeno novedoso que podemos calificar de locura telefónica se halla en sus inicios, sin que sepamos a ciencia cierta hacia dónde puede ir a parar semejante costumbre social, teniendo en cuanta nuestra natural propensión al abuso.
Dejándome llevar por esta disposición, yo también abusaré de mis ideas peregrinas. Una vez más me atreveré a lanzar una propuesta que considero razonable, aunque me temo que totalmente irrealizable. Sin embargo, allá va.
Desde el primer momento pude comprobar que, como la mayoría de los aparatos electrónicos, el móvil también venia provisto de una tecla de apagado y encendido. Por tanto, basta con utilizar dicha función y apagarlo y encenderlo a voluntad, según las necesidades personales de cada cual.
Yo lo apago si me echo la siesta (pocas cosas incordian tanto como que te despierten a esa hora sagrada con una inoportuna llamada telefónica), cuando escribo, leo, quiero ver una película, escuchar música o pasar tranquilamente un rato a solas, por citar unos pocos ejemplos.
Y lo enciendo si marcho al campo o la montaña, cuando salgo de viaje, utilizo el coche, o bien, sencillamente, cuando necesito hablar con alguien, por poner el caso.
Lo que tengo claro es que no pienso tener el móvil encendido las 24 horas del día, los 365 días del año, por más que esto claramente interese a las compañías telefónicas.
Por descotado que cada uno tiene sus propias necesidades y circunstancias, pero el uso desmedido del móvil, un objeto que parece haberse apoderado de la atención de la mayoría, como muchas otras costumbres impuestas por la moda, no denota más que el vacío interior en que vivimos, que ha de llenarse de voces e imágenes en constante sucesión. Sin que den respiro a la conciencia para que esta se ponga a aullar de dolor.
Esto me recuerda a los anuncios de dentífricos, en los que invariablemente tienden a mostrar el cepillo a rebosar de pasta dental, cuando en realidad basta con una perla del tamaño de un guisante para poder limpiarte los dientes con esmero. Si echas la cantidad excesiva que recomienda el fabricante solo consigues acabar pareciendo un perro rabioso con la boca llena de espuma.
Pues con los móviles pasa exactamente igual. Creo que uno debe aprender a hacer un uso discrecional de los bienes que tiene. Por tanto, lo más sensato es usar el teléfono móvil solo cuando lo precisas y lo demás es puro derroche, un abuso estúpido e irracional que únicamente beneficia a los que se lucran con el mercado de la telefonía.
Y ahora ya lo sabes, si me llamas por teléfono y no respondo, ¡cuidado!, necesito silencio.
 


 
 

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