Así que allí me fui, uno más de un centenar de aspirantes, un grupo heterogéneo formado por personas de diferente sexo, edad y condición, unidos aquella fría mañana invernal por el mismo deseo: conseguir un trabajo.
Nos había convocado en un polideportivo municipal, donde nos sometieron uno detrás de otro a diversas pruebas para evaluar nuestra fuerza, resistencia y capacidad física. Sin reparar en sutilezas, se trataba de una evidente selección de animales de tiro. A toque de silbato, teníamos que realizar una serie de ejercicios, como correr, saltar, acarrear, empujar, siguiendo un circuito de obstáculos, etc., mientras el resto de candidatos contemplaba la función desde el extremo más alejado de la pista. Cada uno se esforzaba al máximo, con tal de superar y vencer a los demás.
En aquella época, yo estaba en buena forma física y quedé entre los primeros. Sin embargo, nunca me llamaron. En fin, no era nada nuevo. Estaba habituado al arduo y con frecuencia humillante escrutinio que supone la búsqueda de trabajo. Sin oficio ni beneficio, como se suele decir, cualquier empleo me venía bien, ya que solía encontrarme bastante a menudo con el agua al cuello en lo referente a dinero.
Tras finalizar el evento, me embargaban sentimientos encontrados. Era una sensación extraña. Por un lado, estaba satisfecho con el resultado. Y por otro, me sentía un tanto mortificado por la competición que habíamos librado todos los presentes.
Ha pasado el tiempo, y he madurado, y lo que en su momento lo veía de una forma, ahora lo veo de otra manera bastante distinta.
La idea de la prueba no era mala, pero le faltaba desarrollo para explotar al máximo sus posibilidades. De modo que hoy en día, con la actual crisis económica, que afecta a muchísimas personas en lo referente al empleo, la vivienda, la sanidad…, creo que se podría llevar a cabo un proceso selectivo mucho más eficaz y contundente.
He aquí mi propuesta, que entrego libre y gratuitamente a cualquier autoridad incompetente que quiera solucionar de una manera sencilla y barata algunos de los problemas más graves que afectan a la masificada sociedad actual. Bien, la cosa es así.
En primer lugar, se debería lanzar una convocatoria de empleo masiva, que atraiga a mucha gente. A continuación, se encerraría a todos los solicitantes en pabellones preparados al efecto, es decir, blindados, herméticos y seguros. Por último, habría que cerrar con llave el edificio, para que absolutamente nadie pueda salir ni escapar por ningún sitio.
Y luego, esperar.
En definitiva, se trata de escoger a los más fuertes y preparados, solamente aquellos que logren superar la selección natural. Aseguran que en las cámaras de gas los cadáveres de los más débiles siempre estaban abajo.
Pero en este caso, lo que ocurra allí dentro no sería una matanza indiscriminada. Casi con total seguridad, los participantes no se pondrán de acuerdo ni emprenderán acciones solidarias. Lo más probable es que disputen y peleen entre ellos, como suele hacer habitualmente el ser humano, sobre todo cuando se trata de la propia supervivencia. Los que sobrevivan, tendrán garantizado un trabajo para siempre. Los otros, una cama en el hospital o una fosa en el cementerio.
De esta forma simple y eficaz, con este método económico de selección laboral, no solamente conseguiremos los mejores trabajadores, sino que poco a poco lograremos aliviar al mundo de una carga inútil, eliminando de la población a los más enclenques e indefensos, aquellos que tan solo contribuyen al empobrecimiento de la noble especie humana.
Ahí queda mi propuesta.