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ucede lo mismo en todo el mundo: la clase médica -junto con la sacerdotal- goza de unos privilegios y de un estatus superior al de los demás oficios, muchos de ellos igualmente necesarios para la sociedad (aunque en lo referente al clero tengo mis dudas en cuanto a su presunta utilidad social).
Esta herencia tribal de superioridad, en la que el chamán oficiaba como curandero y sacerdote al mismo tiempo, ha perdurado hasta llegar prácticamente intacta a nuestros días. Con el correr del tiempo, ambas figuras se fueron diferenciando, una adquiriendo un carácter más científico y mundano, en el caso de los médicos, y la otra más místico y religioso, en el de los clérigos, pero manteniendo los dos un poder y un prestigio social que muy pocos se atreven a cuestionar.
Prueba de ello es el trato casi reverencial* que todavía gozan entre la mayoría de la población. En una época como la actual, en la que el tuteo se ha impuesto como norma, el cura y el médico son los únicos a los que todavía se les llama de “usted”, un tratamiento que, además de señal de respeto, a menudo implica muchas otras cosas. Me refiero a cuando se usa para establecer distinciones sociales e imponer temor, autoridad y dominio, en suma, un sentido de supremacía que hace a muchos creerse mejores que los demás.
Es bien sabido que, en el ámbito de la salud, los médicos constituyen una casta aparte del resto del personal sanitario, simples subalternos a las órdenes del jefe supremo, el reverenciado doctor, a los que no sólo deben servir y obedecer sino además tratar con especial cortesía y deferencia. Esta situación de poder no alienta más que los peores instintos humanos: la arrogancia, el despotismo y la megalomanía, llevando a unos a creerse superiores a otros, bajeza de espíritu que, es preciso reconocer, también conduce a que muchos adopten aptitudes serviles y rastreras.
Habrá quien diga que un cirujano salva vidas y es imprescindible para el éxito de una operación quirúrgica, en lo que estoy completamente de acuerdo. Pero también resulta igualmente necesario el personal que trabaja en los quirófanos y hace posibles las intervenciones en condiciones de higiene y de limpieza.
Yo no pretendo rebajar a nadie de categoría, sino tratar a todo el mundo de la misma manera. La misma consideración que merecen las personas dedicadas a la medicina, deberían tener las de otras profesiones, sin distinción alguna, ya que imponer jerarquías y clases sociales, únicamente sirve para diferenciar a los individuos por su estatus y no por su valía personal. De modo que, hasta un tonto, un depravado y un ignorante, puede reinar, mientras el talento de la inmensa mayoría de los pobres se pierde sin llegar a conocerse jamás, con el enorme perjuicio social que conlleva mantener tan infame e inútil derroche de capacidades y recursos humanos.
No es de extrañar, pues, que a la soberbia y el engreimiento de unos se sume la sumisión y vileza de otros, dando el resultado conocido por todos. El injusto mundo en que vivimos. Por supuesto, no abogo por llamar a los médicos “matasanos”, pero tampoco hay que hacerles reverencias. Existe un término medio dictado por la dignidad y la educación, que insisto, debería ser práctica común para todos los seres humanos, sin distinciones de ningún género.
*La reverencia y la repugnancia son dos sensaciones que se parecen mucho, aunque no lo parezca en principio. Pues a quien se reverencia, como a quien se le tiene asco, se le mantiene apartado, guardando las distancias.