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a vida humana es de lo más barato e ínfimo que existe, tanto que se puede asegurar que apenas vale nada. Supongo que muchos se mostrarán en desacuerdo con una afirmación tan tajante.
Bien, parémonos a pensarlo un instante. ¿Tiene escaso valor la vida de la gente? Tomado en sentido individual, la vida de cada uno lo es todo; pero en conjunto, carece prácticamente de importancia alguna.
A lo largo de la historia, casi todos los pueblos y culturas han otorgado un gran valor simbólico a la existencia humana, al menos en el plano teórico, aunque luego, en la práctica real, los hechos lo desmientan. Ahí tenemos el sinfín de guerras, genocidios, holocaustos, hambrunas y demás crímenes que han venido cometiendo las personas contra sus semejantes con cruel y bárbara constancia desde el principio de los tiempos.
Si tuviéramos que creer a los gobernantes de antes y de ahora, pareciera que tan sólo les preocupa el bien común. Lo cual es radicalmente falso. En realidad, a los poderosos de la Tierra la gente corriente les trae sin cuidado. Siempre anteponen sus intereses particulares y de clase, considerando a las personas como simples estadísticas, números que se barajan y utilizan a su antojo.
No les interesa la gente, por más que aseguren que la vida de cada persona es sagrada. Condenan el asesinato individual, pero honran el crimen colectivo cuando es producto de la guerra. La economía mueve el mundo, aunque muchos trabajadores pierden su vida mientras son explotados en trabajos inhumanos. Prohíben el suicidio y la eutanasia, dictando cómo debes morir, cuando les importa poco si puedes vivir dignamente.
Las diferentes religiones son responsables en gran medida de esta contradicción, entra otras razones, por la enorme influencia que ejercen en todo el mundo. En España, por ejemplo, la Iglesia Católica sigue imponiendo su autoridad sobre muchos aspectos de la sociedad, como demuestra el hecho de que todavía mantengan unos privilegios especiales, acordados con la dictadura franquista y heredados por la monarquía constitucional de la supuesta democracia en que vivimos; en resumen, los curas conservan un peso que asfixia al país y somete a los políticos. En su largo historial de alianza con el poder establecido, el clero católico, en este caso, se ha encargado de establecer el valor que damos a la vida terrenal humana. Muy poco, apenas nada. Aseguran que hay que trascender y, tras la muerte, vivir eternamente en el más allá, ya sea en el cielo o en el infierno. Con su opresivo dominio, ni siquiera te dejan morir a gusto. Y mucho menos aún, poner voluntariamente fin a tu existencia cuando esta se vuelve intolerable. Sin embargo, todo ello no les impide bendecir a los ejércitos que masacran brutalmente a otros seres humanos en la batalla.
Lo dicho, pura hipocresía social.