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EL MEJOR DE LOS MUNDOS

Cada vez que nos convocan a las urnas, tengo el mismo dilema. ¿Votar o no votar? Un debate que resulta difícil de solucionar. Veamos brevemente la cuestión.

 
C ada vez que nos convocan a las urnas, tengo el mismo dilema. ¿Votar o no votar? Un debate que resulta difícil de solucionar. Veamos brevemente la cuestión.
Por un lado, sientes que debes hacer lo posible para mejorar el mundo y que cualquier oportunidad es buena para hacer algo positivo. Introducir la papeleta y elegir a un candidato puede ser una opción, aunque tan solo sea por tratar de impedir que los peores gobiernen. Pero, ¿quiénes son los malos realmente? Algunos lo son manifiestamente, en cambio, otros pueden ser lobos con piel de cordero y aparentar lo que no son en realidad. Esto último ocurre con demasiada frecuencia en política, en la que se defiende una cosa y se hace otra muy distinta. De manera que casi nadie respeta la palabra dada al electorado, ya sea por una causa u otra.
Sin importar ideologías, una vez en el gobierno, cada partido hace lo que se le antoja, sin tener en cuenta el bien común, sino favoreciendo casi siempre los intereses de “los que gobiernan en la sombra”, es decir, de aquellos grupos de presión que los financian, respaldan y mantienen en el poder. Lo fundamental es conservar el cargo público para beneficio propio y ajeno.
En las dictaduras, el enemigo es fácil de reconocer, actúa con mayor rudeza y de forma más abierta y clara, sin máscaras que lo oculten. Pero en las democracias resulta más complicado de identificar, ya que el enemigo se comporta sutilmente, adoptando una apariencia de justicia e independencia que está muy lejos de profesar realmente.
Para esclavizar a una persona se debe ejercer un control sobre ella a base de terror, algo que se consigue mediante el uso de la violencia y la opresión, incluso de la muerte atroz de los más rebeldes; cualquier cosa es válida con tal de mantener al individuo sometido. Sin embargo, en las democracias, el máximo logro consiste en conseguir que alguien se considere libre, aunque esté cargado de cadenas. Ya tienes un esclavo voluntario. No necesitas armas, grilletes ni látigos para mantenerlo sujeto y obediente. Es más, actuará creyendo que lo hace por iniciativa propia.
Por supuesto, prefiero una mala democracia antes que una buena dictadura, en el caso de haberlas, pues son necesariamente realidades contradictorias. Pero de ahí a creer que los políticos que en teoría nos representan defienden los derechos y el bienestar de la gente, existe una gran diferencia.
En resumen, que no suelo votar. Pero no acudir a las urnas, tampoco significa que tengamos que permanecer de brazos cruzados ante los problemas de la sociedad. Existen otras formas de participación política. Por ejemplo, afiliarse a un sindicato, colaborar con organizaciones populares, manifestarse y hacer huelga siempre que haya ocasión, y, sobre todo, tratando de portarse correctamente con nuestro entorno a diario, y no tan solo descargando nuestra responsabilidad en los demás una vez cada cuatro años.
El escritor Aldous Huxley lo expresó con meridiana claridad en su novela Un Mundo feliz:
“Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”.
 

 

 

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