Sufrió el exilio en París, tras verse acusado y perseguido por la policía en el proceso de Montjuïc. A su vuelta colaboró en Barcelona con la editorial de la Escuela Moderna junto a Francisco Ferrer Guardia. En 1910 participó en la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo(CNT). Falleció en Barcelona el 30 de noviembre de 1914.
En la actualidad la CNT tiene una fundación cultural que lleva su nombre.
A grandes rasgos, ese fue Anselmo Lorenzo. Lo que no dicen estos fríos datos es que también fue un hombre bueno y comprometido con la causa anarquista, de quien esperaba remedio para las innumerables injusticias sociales de las que era testigo. Anselmo Lorenzo provenía de una familia trabajadora muy humilde, y siendo niño entró de aprendiz de tipógrafo en Madrid, adonde acudió para buscarse la vida. Era una boca menos que alimentar.
Como obrero no era de los que se sometían. Aprendió a leer y escribir, algo necesario en su oficio de tipógrafo, que también le deparaba la posibilidad de muchas y variadas lecturas. Anselmo Lorenzo, que apenas asistió a la escuela, trató de crease una cultura, y prueba del éxito de su esfuerzo autodidacta lo demuestra su obra escrita. Escribió varios libros, el más importante de ellos “El proletariado militante”, un texto fundamental para conocer la historia del movimiento obrero español y europeo, además de publicar numerosos artículos en la prensa ácrata.
Sin duda es su ideología libertaria la que, aun a pesar de sus indudables talentos y méritos personales, le priva de poseer un puesto en la memoria histórica toledana con el que muchos otros cuentan, y con menos merecimiento a mi juicio; individuos que tan sólo trajeron desgracia y sufrimiento y sin los cuales el mundo estaría mucho mejor. Ahí están las numerosas calles y plazas dedicadas a santos y vírgenes, a papas y cardenales, a reyes y duques, a militares fascistas como el general Moscardó o el capitán Cortés, y donde hasta el mismísimo diablo tiene un callejón, todos ellos merecen un homenaje, todos menos un anarquista.
En cambio, Anselmo Lorenzo, un buen hombre, una persona pobre y trabajadora, que luchó para que este país fuera un lugar más libre, más justo, solidario y humano, éste, repito, no tiene ni un solo sitio que recuerde su nombre. Su culpa, la misma falta que comparte con muchos otros hombres y mujeres olvidados: ser anarquista.
En ese panteón de personajes ilustres que forman las estatuas, edificios y otros monumentos diversos que adornan las calles de la ciudad de Toledo, no hay espacio para un hombre como él. El propio Anselmo Lorenzo se vería extraño entre tanto poderoso dirigente, los amos del mismo mundo injusto que se empeñó en derribar. Un anarquista de su integridad no estriba su fama y reputación, la dignidad de su nombre, en estas estúpidas vanidades. Seguramente se hubiera reído de esta falsa glorificación del hombre y del poder. Y con gusto las hubiera destruido a todas. Me limito a señalar un hecho, sin duda significativo. Una prueba más del ostracismo al que se ha venido condenando a toda una corriente de pensamiento humano, filosófico, político y social como es el anarquismo. Se impone el silencio, la oscuridad, la ignorancia. Y de esta manera, uno de los toledanos más importantes e insignes de la historia de España es arrinconado y abandonado en su propia ciudad. Nada le recuerda, como si no hubiera existido. Tan sólo el olvido más absoluto pesa sobre él.
Sin embargo, entre alguna gente, la memoria de Anselmo Lorenzo permanece viva. En la CNT no olvidamos que fue uno de los grandes hombres que ha dado este país, un hombre honesto y generoso que dedicó su vida entera a luchar por un ideal. Alguien así no puede morir. Sobrevive en sus escritos y en el recuerdo de todos los anarquistas.
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… «hasta el mismísimo diablo tiene un callejón»
Bien cierto que es.
Hay personas ilustres que merecen nuestro respeto y reconocimiento público.