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EL “HOBO” AMERICANO

Se desconoce el origen del término, pero en los Estados Unidos un hobo es una persona que lleva una vida errante, trabajando dondequiera que se le presenta la ocasión, sin importar la clase de empleo. Un hobo no es un mendigo ni un simple vagabundo; es un trabajador nómada que combina ocupaciones temporales con tiempos de desempleo.

 
S e desconoce el origen del término, pero en los Estados Unidos un hobo es una persona que lleva una vida errante, trabajando dondequiera que se le presenta la ocasión, sin importar la clase de empleo. Un hobo no es un mendigo ni un simple vagabundo; es un trabajador nómada que combina ocupaciones temporales con tiempos de desempleo.

En el argot de la carretera, existen tres tipos distintos de nómadas: el hobo (temporero) es alguien que viaja y está dispuesto a trabajar, un tramp (vagabundo) es alguien que viaja, pero evita el trabajo si es posible, y un bum (vago) es alguien que ni viaja ni trabaja. Como dijo el Dr. Ben Reitman en su libro semiautobiografico Boxcar Bertha: «el hobo trabaja y deambula, el tramp sueña y deambula, y el bum bebe y deambula».br />
Ben Reitman fue un prestigioso médico anarquista conocido como el doctor de los pobres. Hijo de emigrantes rusos de origen judío, creció en la pobreza y siendo casi un niño se hizo hobo. Luego regresó a Chicago y se graduó como médico. En 1908 conoció a la anarquista Emma Goldman, con la que convivió durante nueve años. Emma recordaba en sus memorias -Viviendo mi vida- que conoció al Dr. Reitman durante el invierno de 1907 a 1908, rodeado de vagabundos, cuando, como consecuencia de la depresión económica, miles de trabajadores vivían en la miseria.

Los primeros hobos de los que se tiene noticia fueron los soldados veteranos de la guerra de Secesión (1861 hasta 1865), muchos de los cuales, al final de la contienda, comenzaron a subirse a los trenes de carga para poder regresar a casa; otros ya no volvieron a sus hogares destruidos y se lanzaron a viajar en busca de trabajo. En ambos casos, su medio de transporte era el tren, con el que cruzaban el país de costa a costa.

El número de hobos aumentó considerablemente durante la Gran Depresión. Sin trabajo, muchas personas se vieron forzadas a vagar por carreteras y caminos o decidieron viajar gratis en trenes de carga y probar suerte en otro lugar. Algunas fuentes sitúan su número por encima del millón de personas. Después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a sustituir las viejas y lentas locomotoras de vapor por nuevas y potentes máquinas diésel, lo que dificultaba dar el salto a los trenes de mercancías. Este impedimento, en combinación con la prosperidad de la posguerra, hizo que disminuyera considerablemente su cantidad. En los años setenta, el número de vagabundos se incrementó con los veteranos de guerra que regresaban del Vietnam, muchos de ellos desilusionados con la sociedad establecida.

En la actualidad -según cuenta Ted Conover en Rolling Nowhere (1984), la crónica de su viaje a través del oeste de los Estados Unidos con algunos de los últimos nómadas que quedaban-, los trenes de carga modernos son mucho más rápidos, pero aún se pueden abordar en las vías férreas.

Como tipo humano ya desaparecido conviene decir algunas palabras sobre estos personajes tan singulares. En numerosos libros, películas y canciones se ha descrito la vida del vagabundo y a menudo ha sido idealizada con un aire de romanticismo, pintándola como libre, errante y aventurera. Pero en realidad estaba más llena de penalidades y desgracias que de alegrías y satisfacciones. Su estilo de vida era realmente duro y peligroso.

Saltar a los trenes de carga, una parte integral de la vida de los hobos, siempre ha sido una práctica ilegal en los Estados Unidos. Debido a ello, mantenían una guerra sin cuartel contra el personal de seguridad ferroviario, que los buscaban con la intención de arrojarlos del tren en marcha. El personal del ferrocarril -denominados bulls (toros)-, era especialmente violento con los polizones. Las palizas, las extorsiones e incluso los asesinatos, estaban a la orden del día. Los ferroviarios les arrebataban a los polizones el poco dinero que tenían, amenazando con tirarlos del tren o hacer que los arrestaran. Por otro lado, viajar en un tren de mercancías suponía un peligro en sí mismo. El poeta británico WH Davies, autor de La autobiografía de un súper vagabundo, perdió un pie cuando cayó bajo las ruedas al intentar subir a un tren.

Sin embargo, ningún otro sistema de viaje era posible para ellos. El trabajo temporal mantenía al hobo en constante movimiento. Normalmente no disponía de suficiente dinero para su billete, o bien guardaba sus magros ahorros mientras esperaba el siguiente empleo. Por lo tanto, la única alternativa era subir a los trenes.

Otro de sus temores consistía en ser arrestado por vagabundeo o recibir una paliza por parte de la policía por entrar ilegalmente en la propiedad de las compañías ferroviarias. Muchos hobos eran condenados a diferentes penas de prisión, en general acompañadas de trabajos forzados. Además de todo ello, sufrían el hambre y la sed, las inclemencias del tiempo y el desprecio de casi todo el mundo.

Los hobos se congregaban en las “junglas”, o campamentos improvisados, donde esperaban su tren. Las “junglas” solían estar situadas en las afueras de pueblos y ciudades, normalmente cerca de las vías donde los trenes se detenían para hacer acopio de agua o combustible. Los hobos se reunían alrededor de un buen fuego, en el que cocinaban con utensilios primitivos, como latas de conserva. Junto a la lata grande de estofado, siempre había otra con agua hirviendo en la que se desinfectaban la ropa contra la plaga de piojos. En estos campamentos intercambiaban información sobre las condiciones de trabajo, la policía, los "tiburones" y los funcionarios de la ciudad.

En muchas ciudades existía lo que dio en llamar el "mercado de esclavos”, compuesto por varias calles, donde podían verse a numerosos hombres, la mayoría de ellos jóvenes fornidos y bronceados, vestidos con chaquetones y botas altas, que formaban grupos junto a las puertas de las agencias de colocación, observando los requisitos registrados en las pizarras que se exhibían en el exterior. Mediante el pago de una tarifa, los "tiburones" se encargaban de reclutar mano de obra, aunque solían enviar a más hombres de los necesarios al lugar de trabajo. Una vez allí, el capataz se quedaba con los que necesitaba y despedía al resto. Los afortunados que contrataba, solían trabajar de sol a sol, con bajos salarios y jornadas agotadoras.

En la construcción los trabajadores se alojaban en tiendas, en los campamentos madereros vivían en barracas, y los trabajadores agrícolas dormían en graneros, cobertizos o en pleno campo. A su vez, cuando vagaban de un lado a otro, buscaban cobijo donde buenamente podían, bajo puentes, en casas abandonadas o a cielo abierto. De modo que la carga inevitable del trabajador migratorio era un rollo de mantas, colgado de una cuerda alrededor de sus hombros.

Los hobos desarrollaron una tradición cultural transmitida a través de canciones, poesías y su peculiar lenguaje de signos, que podía verse tanto en las esquinas de algunas casas, sobre pavimentos y en lugares estratégicos. Estos símbolos solían advertir a otros vagabundos de la recepción que podían encontrar en un lugar particular. Por ejemplo, un círculo con dos flechas cruzándolo y apuntando a la derecha indicaba que había que huir rápido.

La mezcla de ingenio y coraje necesarios para afrontar los largos viajes a través del país, sumado a la dureza de su trabajo y a una vida al aire libre, hizo de ellos hombres fuertes y saludables, que a pesar de todo conservaban un cierto espíritu de ruda independencia.


 

 
S terling Bowen escribió un poema titulado Al trabajador desconocido, que retrata a la perfección la ardua existencia del hobo americano:

¿Dónde está la lápida que con viento y aguanieve está marcando el nombre de un humilde? ¿Nada hay que indique la forma en que murió? ¿Nada que nos señale en qué solitaria calle pereció? ¡Tan escaso fue el rastro que dejaron sus pies! En ruta desde Fargo pasando las praderas, cantó y trabajó con segadores, no por fama. Y no dejó estelas sobre el trigo ondulante. No; no hay estelas en los mares de grano pues se han desvanecido al morir los incendios donde acampó por última vez, el triste segador. Lo único que sabemos es que fue contratado Con un escaso sueldo y un desdén absoluto y que expresó con su canto, todo lo que la vida y la muerte requieren.

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