En realidad se trataba de un ataque al corazón. Ella acudió apresuradamente al teléfono para pedir auxilio médico. Mientras aguardaban la llegada de la ambulancia, no pudo prestarle la menor ayuda ya que nada sabía de medicina. Lo único que hizo fue acunarle entre sus brazos. El tiempo pasaba con una lentitud insoportable y él parecía encontrarse cada vez peor.
Por fin llegó la ambulancia, lo metieron dentro y lo trasladaron urgentemente al hospital. Una vez allí, pasó de inmediato a la unidad de reanimación, pero por más que lo intentaron, nada se pudo hacer por salvarle la vida y murió.
Cuando ella lo supo casi no podía creerlo. ¡Había sucedido todo tan inesperada y rápidamente! Tan sólo unas horas antes se encontraban juntos y eran felices, y ahora él estaba muerto. Se había ido, así, de golpe, como se desvanece un puño en el aire.
Pudo verlo una vez más en el pasillo del hospital, bajo las frías luces de neón, antes de que lo llevaran al depósito. Se encontraba tendido sobre una camilla y cubierto por una sábana verde. Una enfermera le había permitido que pudieran estar a solas por un momento.
El tenía el rostro contraído y pálido, con los primeros síntomas de la rigidez, y su ralo pelo gris estaba en completo desorden. Entonces ella, sin decir nada, sacó un peine del bolso y comenzó a peinar sus revueltos cabellos. Aquel pequeño gesto de cariño supuso su último adiós al hombre que había amado. Después desapareció.
Y nadie - ni la esposa ni la familia - logró averiguar quién era aquella mujer que estaba con él cuando murió.