Salvo honrosas excepciones, que las hay, la política parece atraer de forma ineludible, como si fuera un imán, a los más corruptos, desaprensivos y deshonestos de nosotros, aquellos que solamente ven en ella una oportunidad para medrar, enriquecerse y vanagloriarse de su importancia y poder, en definitiva, los menos indicados para dirigir un país. De ahí las desastrosas decisiones que invariablemente adoptan para la gente, y que, al mismo tiempo, por extrañas razones, suelen beneficiar siempre a la camarilla empresarial que los respaldan y financian.