La imagen pertenece a una serie de fotografías hechas a los obreros que trabajaban en el emblemático edificio neoyorquino. Las fotos fueron adquiridas por la agencia ACME Newspictures y se publicaron en el suplemento dominical del New York Herald Tribune el 2 de Octubre del mismo año. Hasta ahora había sido atribuida al fotógrafo Charles C. Ebbets.
Sin embargo, el historiador Ken Johnston de la Agencia Corbis, actual propietaria del negativo, ha realizado una reciente investigación que arroja nuevos datos. Considera que la autoría de Ebbets no es totalmente fiable, sin que pueda saberse con certeza quién fue el verdadero autor, pues ACME Newspictures compró fotografías a varios fotógrafos que habían realizado el mismo reportaje sobre la construcción del rascacielos. Por aquel entonces, no era costumbre asignarle autoría a las fotografías de las agencias. También pudo averiguar que la fecha real en la que se hizo fue el 20 de Septiembre y no el 29 de Septiembre, y más importante todavía, que no fue tomada de forma natural, sino que hubo un proceso de posado de los trabajadores, ya que tenía como finalidad ser utilizada para una campaña publicitaria del Rockefeller Center. Por otra parte, la investigación ha servido para realizar el documental Men at Lunch, dirigido por Seán Ó Cualáin.
No ha sido posible identificar a las personas que aparecen en la fotografía. Una pena, porque hubiera sido muy interesante conocer los pormenores que esconde esta imagen tan célebre. Y saber quiénes eran aquellos hombres, que desafiaban a la gravedad en su trabajo cotidiano, como si permanecer suspendidos en el aire, a casi 300 metros, fuera lo más normal del mundo, un picnic agradable para aquellos hombres con ropa de faena, botas y gorra de visera, tipos curtidos de manos encallecidas. Aunque posaran, no eran modelos escogidos por sus bellas facciones, sino auténticos trabajadores del metal, los obreros reales que levantaron tan colosal edificio, uno de los más elevados de su tiempo. No obstante, sus rostros anónimos han quedado impresos para la posteridad.
Por lo tanto, aún persiste el secreto que rodea a esta famosa fotografía, tan popular y reproducida, de la que yo, humildemente, conservo una copia enmarcada en la entrada de casa. Me gusta saludar a los obreros al pasar, mientras permanecen sentados en las alturas, almorzando tranquilamente, con la espectacular e impresionante vista de los rascacielos debajo, sin mostrar el menor asomo de miedo o precaución, como si fueran un grupo de aves posadas en el tendido y, en un momento dado, tuvieran la seguridad de poder desplegar sus alas y volar por el cielo gris de la gran ciudad.
Esos hombres me dan confianza en el ser humano.