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ALEXANDRE JACOB
Un anarquista de acción

Alexander Marius Jacob fue un anarquista ilegalista francés de La Belle Époque. Ladrón dotado de gran ingenio y valor a la par que generosidad hacia sus víctimas, consideraba el robo como una forma de expropiación.

 
E l destino de algunas personas parece haber sido creado por la imaginación exaltada de un escritor de aventuras. Es el caso de Alexandre Jacob, cuya existencia azarosa, llena de lances y riesgos, resulta sin duda extraordinaria y asombrosa, una vida de novela. Grumete a los once años, a los trece había navegado por medio mundo y conocía tanto a las clases altas del puente superior como a los exiliados y pobres emigrantes que se hacinaban en las oscuras bodegas de los grandes buques mercantes. Desertó y se enroló de pirata. Pero aquejado de malaria, tuvo que dejar el mar, encontró empleo en una imprenta de Marsella y comenzó a leer libros y periódicos y a frecuentar reuniones libertarias. Se hizo anarquista, una decisión que marcaría el rumbo de su vida. Tenía entonces 18 años.

Alexander Marius Jacob fue un anarquista ilegalista francés de La Belle Époque. Ladrón dotado de gran ingenio y valor a la par que generosidad hacia sus víctimas, consideraba el robo como una forma de expropiación. No obstante, para muchos no dejó de ser más que un malhechor y un delincuente que hizo del anarquismo su bandera.

De acuerdo con la definición de la palabra, un bandido es un individuo en rebelión abierta contra las leyes y que vive de ataques armados. Sin embargo, no todos los bandidos son iguales. La mayoría son criminales sin escrúpulos que atacan la propiedad con el único propósito de enriquecerse sin esfuerzo, es decir, que están animados por los mismos vicios y egoísmos que la clase poseedora. Solo cambian los medios utilizados para disfrutar de la riqueza, pero la mentalidad sigue siendo la misma. De tal modo que muy poco diferencia al gánster que roba a sus semejantes a punta de pistola del empresario que se lucra a costa de explotar a los trabajadores. Pero hay otra categoría de bandidos, y son aquellos que, llevados por un anhelo de justicia social, se rebelan contra el orden establecido que sostiene una sociedad clasista, opresora y desigual.

Fue tal su celebridad que sirvió de inspiración para el personaje de Arsène Lupin, el famoso ladrón de guante blanco creado por el autor de novelas policiacas Maurice Leblanc. Sin embargo, ahí terminan las comparaciones con el popular héroe de ficción, por más que el mito se haya abierto paso en la historia. El 6 de septiembre de 1954, nueve días después de su muerte, la revista Black and White publicó El modelo de Arsène Lupin acaba de morir. Alain Sergent es quien impulsa esta impostura, mediante la biografía que escribió sobre Jacob en 1950 y un artículo para la revista Historia, en 1964, con el significativo título de El hombre que sirvió de modelo para Arsène Lupin. Pero Alexandre Jacob no era el caballero ladrón nacido de la imaginación de un novelista burgués, sino un anarquista ilegalista que dedicó su vida entera a la causa libertaria.

Jacob había comparecido ante el tribunal de Amiens en un caso que había acaparado el interés nacional, acusado de ser el jefe de Los Trabajadores de la Noche, una banda de ilegalistas que había saqueado a la alta sociedad y puesto en ridículo a la policía del país, La Sureté, que junto con la británica Scotland Yard, tenían fama de ser los cuerpos policiales más avanzados y profesionales del mundo. Jacob y sus compañeros serían acusados de 156 robos cometidos en solo tres años, de 1900 a 1903.

Es cierto que muchos anhelos utópicos se apoderaron del movimiento anarquista, y que ciertas manifestaciones de criminalidad se dieron con frecuencia en su seno. Los ilegalistas decidieron actuar en contra de los poderes establecidos y para ello se situaron al margen de la ley. Fueron tildados de terroristas y de criminales, llegando a ser repudiados incluso por gran parte del movimiento libertario, que consideró que sus hechos violentos suponían un perjuicio para la causa anarquista.

Sin embargo, no se debería identificar el anarquismo con la violencia terrorista. El ideal libertario de justicia y solidaridad, junto con su sentido de la libertad personal, constituye un símbolo orientador en esta época de masificación y de explotación por entidades económicas cada vez más poderosas y devastadores a escala mundial, que cuentan además con el respaldo absoluto del poder estatal. El uso de la violencia siempre es malo de por sí y jamás puede traer nada bueno, ni para quien la sufre, ni tampoco para quien la ejerce; pero en ocasiones, cuando la opresión se vuelve intolerable, parece constituir la única posibilidad de actuar.

Por otra parte, soy plenamente consciente de que escribir no deja de ser un proceso de elaboración. Una selección subjetiva tanto de los testimonios como de su presentación. Ya desde el punto de vista elegido se está adoptando una postura personal. No obstante, en la medida de lo posible, al relatar la increíble vida de Alexandre Jacob, he tratado de ajustarme a la verdad histórica –algo ya difícil de atrapar en el momento presente, cuánto más si las fuentes originales han sido barridas por el paso del tiempo- y ser fiel a la memoria de un hombre excepcional, un anarquista que realizó actos de gran coraje y audacia, aunque también muy cuestionables.

¿Pero qué sabemos sobre Alexandre Marius Jacob? Según el historiador francés, Jean- Marc Delpech, autor de una tesis, dos libros y numerosos artículos que constituyen una obra magna acerca del anarquista y ladrón Jacob, mucho y poco a la vez. En los archivos se acumulan actas, informes, notas oficiales, cartas y telegramas, un variado y completo dossier que arroja tantas luces como sombras sobre un controvertido y sorprendente personaje, que trasciende los estrechos limites de lo humano y se convierte en una especie de leyenda. Por otra parte, al tratarse de la historia de un anarquista ilegalista hay que tener en cuenta las necesarias distorsiones a las que se vieron sometidos los hechos por orden del gobierno republicano. Sin olvidar que los ladrones libertarios evitaban contarlo todo para no delatar a los compañeros.

Las anteriores biografías noveladas de Bernard Thomas y William Caruchet resultan poco convincentes y están además plagadas de inexactitudes, ni tampoco una epopeya como asegura Alain Sergent, su primer biógrafo, con una obra demasiado favorable, aunque conserva el valor de las aportaciones directas que le hizo el propio Jacob. En todos ellas se repite información errónea y a menudo deformada, en la que se presenta a Jacob como una especie de héroe del anarquismo, y se inventan escenas que nunca existieron, como el supuesto encuentro entre Jacob y Durruti en España, en 1937, cuando el líder anarquista español había muerto en noviembre del 36 durante la defensa de Madrid.

En resumen, ¿qué sabemos verdaderamente de Jacob? No mucho al final. Su vida está abierta a diversas interpretaciones, algunas más fáciles y falsas que otras. No obstante, yo he pretendido un acercamiento objetivo que, sin justificar los hechos, aporte una versión fidedigna y real de este anarquista de acción. Su empresa criminal seguramente les parezca reprobable a muchos, incluidos los partidarios del anarquismo, pero también hay que preguntarse hasta qué punto no fue cómplice y víctima de la historia política de su época.

Jacob puede ser definido de muchas maneras: como un anarquista que puso en práctica sus convicciones y actuó con hechos y no solo con palabras, un ilegalista que durante tres años mantuvo una guerra social contra el orden burgués que, según él, legitimaba la explotación, la injusticia y la opresión. Un idealista, en todo caso. Asimismo podemos verlo como un aventurero que se dejaba llevar por la embriaguez de la acción. También como un peligroso un criminal y un duro convicto. O acaso el modelo del dandi y ladrón de guante blanco nacido de la imaginación de un novelista, inteligente y audaz, amante de los disfraces, que solo roba a los ricos y practica una irónica insolencia con sus víctimas. Sin embargo, como hombre era todo eso y mucho más. Jacob no fue un personaje de ficción, aunque actuara con fantástica temeridad y valor y se burlara con desaire de la policía. Fue un hombre complejo, que mezcla el cinismo y la bondad, el horror del crimen y la lucha por la justicia social, la práctica de una integridad personal rigurosa y el desprecio de las leyes y las convenciones sociales. Algo imposible de encerrar entre los simples y reducidos bordes del papel escrito.

En este breve esbozo biográfico se exponen escasos juicios de valor. El narrador desaparece tras lo narrado y deja que sean los hechos los que hablen por sí mismos, además de ceder con frecuencia la palabra al propio Jacob como fuente original, a través de su numerosa correspondencia y sus diversos escritos. El proceso de investigación sobre este periodo se encuentra abierto y arroja todavía muchas incógnitas. A pesar de ello, he intentado ser lo más veraz posible, buscando la realidad que se esconde tras unos acontecimientos que pertenecen al lejano pasado – tienen más de un siglo- , y forman parte ya de la historia del anarquismo.


 

 
A lexandre Marius Jacob nació el 27 de septiembre de 1879 en Marsella. La ciudad francesa contaba con uno de los puertos más importantes del mundo gracias a la apertura del Canal de Suez en 1869, que había potenciado el comercio de ultramar. A través del puerto marsellés llegaban productos exóticos procedentes de todos los lugares del globo, a la vez que servía de salida para las exportaciones francesas. Marsella era en aquella época una ciudad en pleno desarrollo, muy popular y cosmopolita, pero a su vez marcada por violentos conflictos sociales.

Jacob pasó su infancia en el barrio del Viejo Puerto, en un ambiente de clase trabajadora. Sus padres eran pequeños comerciantes. El padre, Joseph Jacob, fue cocinero en una compañía naviera, aunque dejó el mar para trabajar junto con su mujer, Marie Berthou, en la panadería familiar. El negocio marchó mal desde el principio debido a la afición paterna por la bebida. No obstante, los recuerdos de infancia de Alexandre son felices gracias al amor incondicional de su madre, una mujer que veía en él al único superviviente de los cuatro hijos que tuvo.

Pero en aquellos tiempos la niñez era corta para los descendientes de los obreros y pronto debe ponerse a trabajar. Deja el colegio religioso con el certificado de estudios por todo bagaje cultural, aunque siempre manifestó un gran amor por la lectura, y en 1891, con 11 años de edad, Alexandre embarca como grumete. En los siguientes seis años navegó en ocho barcos diferentes, lo que nos proporciona una idea de su inquieta y errática existencia.

La vida a bordo era muy dura, la disciplina se hacía cumplir de forma severa, incluso despótica si el capitán hacía valer sus prerrogativas de amo absoluto del barco, y además el trabajo resultaba agotador, en especial para el grumete del barco, el último miembro de la tripulación, un chico que de repente abandonaba su hogar y se veía inmerso en un mundo de hombres adultos. A un aprendiz de marino se le asignaban las tareas más pesadas y serviles, aquellas que un marinero curtido despreciaba, como baldear la cubierta, limpiar los camarotes o atender la mesa, trabajos y penalidades a los que había que sumar el peligro de naufragar.

Tras dos años soportando esta ruda existencia, Jacob desertó en Sydney, Australia, donde se dedicó a vagabundear y robar para sobrevivir. Cometió el error de enrolarse en un ballenero que, una vez en alta mar, se reveló como un barco pirata, al que abandonó en su primera escala. Justo a tiempo de evitar la horca: el falso ballenero sería detenido poco después por la marina de guerra británica y ahorcada toda su tripulación.

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1 Comment

  1. Raúl Baca dice:

    quiero leer mas sobre el por favor 🙂
    gracias buena tarde

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