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TRAVESIA CON RAQUETAS 5

DÍA 5 - Miércoles 01-02-2017

 
H oy no hace falta madrugar aunque la jornada también será larga, unos14 kilómetros.

Me levanto sobre las 08,00, pero ya llevaba un tiempo despierto haciendo el remolón dentro del cálido saco de dormir, y más aún cuando fuera está nevando con intensidad.

He vuelto a dormir en uno de los extremos y al final de la noche me he despertado con frío y el saco exterior de fibra ligeramente empapado por la condensación que se produce dentro de la tienda, aun dejando ventilación. Deslizo mi mano tocando la suave tela interior de la tienda y cae escarcha.

La predicción del parte meteorológico que tiene Jaime indicaba nieve y no se ha equivocado. Al estar cubierto hace que haga menos frío, pero claro, siempre por debajo de cero. Unos -5º C de sensación térmica es la que tenemos ahora.

Las tres noches que llevamos durmiendo en las tiendas, con la incomodidad de estar apelotonados en un espacio tan reducido y las irregularidades del suelo, que por mucho que lo intentemos alisar siempre queda alguna protuberancia o hueco, pasan factura y hace que el cansancio se note todavía más.

Los que seguramente han dormido bien y calientes han sido los ucranianos. Los volvemos a ver en el desayuno.

Como autómatas repetimos la misma operación día tras día. Desayuno que intento que sea copioso ya que no volveremos a comer en condiciones hasta llegar a la próxima cabaña. Vestirnos. Cargar los pulkas con la comida restante. No parece que se acabe y el peso es considerable. Tratamos de que la carga vaya lo más repartida posible entre los pulkas. El que arrastran Andrea y Fede suele llevar las pesadas tiendas de campaña, así que para aliviar su peso meto una de ellas en el pulka que arrastraremos Sara y yo.

En estos días que llevamos no hay tiempo para nada, ni siquiera para el aseo personal. Como mucho lavarse los dientes usando el mismo vaso que utilizo para el preparado de fideos instantáneos. Pura mezcla de sabores.

Cada vez que paramos en una cabaña, Jaime y Andrea verifican, fotografían y anotan la gente que la usa fuera del grupo, el estado en que la encontramos al entrar y cuando salimos. La premisa es intentar dejar la cabaña y el entorno sin el menor rastro de nuestro paso.

La cuarta etapa comienza volviendo a subir el tramo de escaleras que bajamos ayer. Un trecho que tenemos que subir en varias paradas sucesivas. Me adelanto con Jaime, subiendo con las raquetas puestas. Una vez calzadas por la mañana no las soltamos hasta que finalizamos la ruta.

No son como las típicas raquetas de nieve que tengo. Son más grandes y, a diferencia de las de montaña, el pie siempre baila, es decir, hace el juego al caminar. No bloquea el pie en las raquetas como las otras. Cuenta con dientes grandes en el empeine a modo de crampones.

Yo estoy llevando los tres primeros días unas que son un poco más anchas y Jaime me propone cambiar y usar las de repuesto, que son iguales a las del resto del grupo, pero hasta hoy no decido cambiar. Me siento a gusto con ambas.

Como iba contando, comenzamos ascendiendo el tramo de escaleras completamente nevado y que, salvo por los pasamanos laterales, pasaría inadvertido para cualquiera.

Al tratarse de un recorrido bastante extenso, de unos 60 metros, izamos los trineos enganchados a una de las cuerdas usando, según demanda la ocasión, un sistema de fijación de fortuna y un árbol de apoyo. Una vez arriba los tres pulkas, comenzamos la andadura.

Me encuentro fuerte. Arrastro el pulka intentando olvidar mi incipiente dolor de cuello. Tengo que hacer estiramientos en marcha. Pero aun así disfruto de la ruta, de la nieve, del bosque, del frío y del hermoso e inhóspito paisaje cuando cruzamos zonas despejadas de árboles y podemos contemplar la belleza del parque de Oulanka y de algunos de los ríos helados que lo atraviesan. Es una tierra sin montañas, llana, extensa y cautivadora.

Me pongo los cascos y, para crear un entorno musical apropiado al entorno nevado que me rodea, escucho la estupenda banda sonora de la película Hacia Rutas Salvajes. Rememoro mis escenas favoritas, cuando Chris McCandless, alias Alexander Supertramp, estaba viviendo su aventura del Norte. Es una lástima que una persona de su valía muriera de forma tan absurda y precoz. Creo que estaba destinado a mayores logros que dejar el pellejo en un desvencijado autobús de Alaska.

Está nevando no muy fuerte pero, aun así, decidimos ponernos las gafas de ventisca.El recorrido de hoy transcurre con sucesivas ondulaciones, pequeñas subidas y bajadas en las que se agradece el empuje del compañero. Apenas conversamos. No hay tiempo ni ganas.

Siempre en fila india, Jaime en cabeza guiando y abriendo huella y con Andrea cerrando la marcha. Sara, infatigable y valiente, me ayuda en las remontadas. No hace falta decir nada pero noto cuando empuja el pulka ayudándose con los bastones. Luego, cuando toca cambio a mitad trayecto, tira sin vacilar y sin perder el ritmo de Jaime.

Marco tiene una mano ligeramente hinchada y no puede hacer uso de uno de los bastones, le cuesta arrastrar el pulka y permanecer pegado a nosotros y tengo que decirle a Jaime que pare porque los perdemos de vista, lo que ocasiona a su vez que Fede y Andrea, que van detrás, también pierdan el ritmo.

El día se hace duro y pesado. Cansado y con ganas de llegar a la cabaña, lo único que deseo es no encontrar a nadie en ella.

Lo cierto es que esperaba una ruta más solitaria. La información de Tierras Polares indicaba que apenas encontraríamos gente, y en el trayecto es así, pero lo pasado la noche anterior con los numerosos ucranianos deja que desear. En fin, cuando se viaja hay que tener la mentalidad abierta a cualquier contingencia.

Paramos para beber la estomagante bebida caliente, que debo mezclar con nieve para poder tomarla, y la acompañamos con frutos secos y gominolas duras como piedras por el frío. Aún tardaremos en comer algo sólido.


 

 
S obre las 17,00 horas llegamos a la cabaña de Jussinkamppa, ya casi anocheciendo. Se notan los kilómetros y el peso en espaldas y pies.

La cabaña para nosotros solos es motivo de celebración, aunque no podamos dormir dentro, agradecemos tenerla para nosotros solos en exclusividad y esperamos no compartirla con nadie.

Nos repartimos las tareas, unos cortan leña y encienden la estufa, otros recogen nieve para derretir y los demás montan las dos tiendas, complejas al principio, ya somos expertos en montarlas y desmontarlas.

Qué bueno es contar con un espacio cubierto y caldeado donde podemos extender a secar los sacos y las ropas mojadas y descansar nuestros cuerpos maltrechos sobre la tarima de madera que sirve de plataforma para dormir.

Pero antes realizamos una provechosa comida. A estas alturas, me da lo mismo qué comer, no hago ascos a nada. Los fideos y sopas instantáneas, el fiambre, incluso las bebidas solubles calientes me resultan apetecibles.

Después de llenar el estómago, puedo por primera vez realizar un pequeño aseo usando las toallitas húmedas y, cual gato, me limpio someramente. Me pongo el pantalón de forro polar y las botas de descanso. Desde hace unos días me doy una friega en la espalda y hombros con una crema antiinflamatoria, la cual distribuyo entre mis compañeros para aliviar cuerpo y mente.

Cada uno a su manera, en su espacio, a su ritmo, realizamos ejercicios de estiramientos, que resultan muy relajantes. Es una bendición poder disfrutar de este momento de soledad. El único alejado de extraños desde el primer día.

Por primera vez intento escribir en el diario, lo cual indica lo apabullante de los días anteriores, sin tiempo prácticamente para descansar o disfrutar de un momento de tranquilidad y relax.

Esta noche, a pesar de tener que abandonar para dormir este refugio terrenal o celestial, según se mire, por las tiendas de campaña, está resultando una ocasión ideal en la que curar heridas, magulladuras, ampollas, dolores musculares y otras angustias.

Antes de llegar a la cabaña, tuvimos que cruzar un paso complicado, donde fue preciso descender los pulkas con cuerdas, y se produjo un momento complicado. Andrea, al transmitir lo que teníamos que hacer, no se dio cuenta de hacerlo también en inglés para que se enteraran los compañeros italianos. A pesar de comprender bastante el castellano, no lo entienden todo. Jaime y Andrea olvidan a veces que piensan y hablan como si todos fuéramos españoles. Y Sara, más bien por el cansancio y la frustración de no saber lo que decía Andrea, rompió a llorar de impotencia.

Alguien ajeno al grupo podría pensar que se ha venido abajo, que no tiene fuerzas, que le está superando el esfuerzo físico. Nada más lejos de la verdad. Esta menuda chica italiana siente rabia por no poder ayudar. Todo un ejemplo de tesón y pundonor.

Charo y yo la consolamos como podemos, asegurándole que no tiene que preocuparse y que no pasa nada, que sabemos de su valía en el grupo. Jaime, permanece abajo, ajeno a todo.

Ante la situación, y sin creérmelo, pues nada más lejos de mis pretensiones, intento ejercer de compañero fuerte, no sólo por encontrarme bien físicamente, sino por mi natural disposición a echar una mano siempre que puedo. Me educaron para ayudar, lo que me está convirtiendo, sin quererlo, en más bien un ayudante del guía, alguien aparte de Andrea del que poder tirar. Y aunque no trabajo para Tierras Polares, en ocasiones no me importaría recordarle que he pagado por el viaje, que no me pagan por hacer de ayudante. Pero me imagino que el cansancio puede con el ánimo de todos, incluido el veterano Jaime, por muy experto y muchos años que lleve en esto.

Animo a Sara, Fede y Marco diciendo que la cabaña está allí abajo, que muy pronto descansaremos y que cuando termine todo esto nos vamos de fiesta. Se ven algunas muecas de alegría en los fatigados rostros. Charo también intenta dar ánimos.

La verdad es que somos un grupo a pesar de no poder entendernos del todo. A mí no me importa, al contrario, es un estímulo añadido al viaje en hacerlo en compañía de extranjeros, que siempre aportan un punto de vista diferente sobre las cosas. Aunque me gustaría saber qué opinan ellos del peculiar sentido del humor de Jaime, con sus gracias típicamente españolas.

De alguna manera, también disfrutamos de estos momentos, con tiempo para charlar entre nosotros y conocernos un poco mejor.

Marco lleva años viajando aunque es bastante joven. Nos cuenta que trabaja de ingeniero pero que su pasión es la música. Toca el violín en una orquesta y hace tiempo era el guitarra en un grupo de rock, con greñas y todo. Tenemos en común que nos gusta trabajar la madera, él fabrica sus propios muebles. Parece callado, pero en realidad hay que descubrirlo para saber que es un baúl de sorpresas.

Federica y su amiga Sara trabajan ambas como ingenieras en algún laboratorio. Viven en Monza, creo recordar. Fede es la que menos habla con nosotros de los tres italianos. Compartimos que tenemos perro y nos mostramos las fotos de nuestros canes en los móviles.

Charo, mi compañera española, durante el viaje en el avión me comentó que era profesora de historia en un pequeño pueblo malagueño. Como yo, no le preocupa ni le cuesta buscar alternativas de viaje, clubs relacionados con la montaña o, como en este caso, una travesía de raquetas. Ya ha realizado un viaje de estas características con otra agencia.

En realidad, de todos, soy el único que hace por primera vez un viaje de este tipo.

Será nuestra cuarta noche durmiendo en las tiendas y ya se hace un poco molesto. Pienso en Jaime, un hombre de unos 56 años, durmiendo en estas condiciones. Pocas personas a su edad querrían dormir en el suelo. Y menos todavía, estar expuestos a la aventura. Sé que es su trabajo, pero es de admirar.

Es una pena tener que abandonar la calidez y comodidad de la cabaña, si se puede llamar así a descansar sobre una tarima de madera, pero seguro que, a pesar de su dureza, es mucho más cómoda que la tienda, y, sobre todo, no dormiría apelotonado, comprimido.

Me meto en el doble saco, me pongo los cascos y dejo que el cansancio y el sueño hagan el resto.

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