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EL EXPLORADOR RICHARD F. BURTON
Una vida de aventuras

La vida de Richard Francis Burton puede calificarse de plena y extraordinaria. Plena porque tuvo una juventud de acción, una madurez de lucha y una vejez de meditación. Y extraordinaria porque viajó por el mundo entero, llegando a sitios donde nunca antes había estado un europeo. Su existencia parece extraída de una novela de aventuras urdida por la imaginativa mente de un escritor, como si los emocionantes episodios y lances en los que se vio envuelto formaran parte de la ficción, y estuvieran más allá de los límites de la realidad cotidiana, en un espacio que corresponde al mundo de los mitos y las leyendas.

 
B urton fue un oficial inglés, viajero y explorador, lingüista, escritor y traductor, etnógrafo y antropólogo, además de cónsul y uno de los mayores expertos en África de toda la Inglaterra victoriana del siglo XIX, en una época en que este continente, llamado la “tumba del hombre blanco”, seguía siendo hostil y prácticamente desconocido en su totalidad para occidente. La extraordinaria vida de Burton, marcada por sus constantes hazañas, le emplaza por derecho propio como uno de los más grandes e intrépidos aventureros de todos los tiempos.

Burton estaba poseído por el afán de descubrir y conocer cosas nuevas, en probar todo aquello que fuese diferente, y mejor cuanto más audaz y peligroso resultara, ya se tratase de guerras, viajes, literatura, sexo, drogas, idiomas, culturas y exploraciones a lugares remotos e incógnitos, con un espíritu de aventura que le mantuvo en incesante actividad e inquietud durante toda su vida.

Burton fue el primer occidental en entrar en la ciudad prohibida de Harar en Etiopía (1854), y uno de los primeros también en acceder a las ciudades santas de Medina y La Meca (1853), que el islam protegía con gran celo de la visita de infieles. También fue uno de los primeros exploradores en adentrarse en el desconocido y peligroso interior del continente africano con la misión de hallar el nacimiento del río Nilo, un misterio que había interesado a la humanidad desde los tiempos antiguos (1856-1860). Fracasó en su intento. El mérito de conseguir desvelar esta importante incógnita geográfica recayó en su compañero de aventuras: el teniente John Hanning Speke, un inglés rico, altivo y estirado, además de abstemio y mojigato, que despreciaba aprender las lenguas nativas y trabar amistad con gentes de otras razas, pero que, gracias a la fortuna familiar y a una indudable ambición y tenacidad, logró averiguar en dos viajes sucesivos que el viejo Nilo nacía en el corazón de África, en un lago al que bautizó con el nombre de Victoria en honor a la reina británica.

Para suerte suya, Burton vino al mundo en Inglaterra, en el seno de una rica familia que nunca hizo mayor esfuerzo que vivir bien de sus rentas. Durante la niñez llevó una vida errante por Europa, junto con sus padres y hermanos, principalmente en Italia y Francia. El padre abandonó el rigor del ejército siendo joven y pasó el resto de su vida sin más ocupación que la caza. La madre provenía de una familia adinerada.

Su legendario don de lenguas no sólo le hizo un excelente políglota, ya que hablaba fluidamente 29 idiomas y más de 40 dialectos, aprendidos con portentosa rapidez mediante un sistema de su invención, además le permitió ser un excelente traductor. Muy apreciadas por los eruditos son sus traducciones de Os Luisiadas de Camoens, Las mil y unas noches (por primera vez en una versión completa, sin expurgar ni censurar sus pasajes más eróticos y escabrosos) y del clásico hindú de las artes amatorias, El Kama Sutra.

Burton resultó ser un buen escritor. Publicó numerosos libros, la gran mayoría sobre sus propios viajes, convertidos por el arte de su pluma en relatos aventuras aderezados con una amplia erudición sobre diversos temas: filosofía, religión, botánica, historia, geografía, arte, etc., en una especie de saber enciclopédico, hasta el punto de constituir verdaderos tratados antropológicos al describir con detalle las diferentes costumbres que descubrió en sus viajes por territorios inexplorados, materia de la que puede considerarse un precursor, narrado todo ello en un estilo ameno y elegante. Para escándalo de la puritana moral de la sociedad de su época, mostró siempre un especial interés por las drogas y las variopintas prácticas sexuales de los pueblos que conocía. Los libros que escribió narrando sus expediciones son apasionantes relatos de viajes y aventuras, que aun hoy día se disfrutan con enorme placer.

Era un consumado espadachín, en su doble acepción del que sabe manejar bien la espada y es a la vez valiente y amigo de pendencias, hasta el punto de que se le consideraba uno de los mejores esgrimistas del Imperio Británico. Siempre demostró una verdadera pasión por la esgrima, a la que consideraba “el gran solaz de su vida”. Y prueba de ello, son los dos libros que escribió sobre el tema:Manual de uso de la bayoneta, que acabó siendo adoptado por el ejército inglés, y El libro de la espada, un extenso tratado sobre la historia, el manejo y la filosofía marcial que anima este arma clásica de combate. Era un hombre alto y apuesto (media 1.80 cm.), fibroso, fuerte y resistente; tenía asimismo un semblante rudo, sombrío y duro de los que no se olvidan, en el que destacaban con inusitada intensidad unos penetrantes ojos negros, cuya mirada cautivadora se encargó el mismo de resaltar mediante sus dotes para la hipnosis. En una de sus primeras incursiones en África, durante un ataque nocturno a su campamento, una lanza le atravesó la cara, marcándole las mejillas con una enorme e imborrable cicatriz. No hay más que contemplar las fotografías y cuadros que se conservan de él, en los que suele aparecer con frecuencia ataviado con ropajes exóticos y un gran bigote oscuro cruzándole el rostro, para percibir al primer vistazo que era un hombre dotado de un magnetismo y un carisma especial.

El testimonio de los que le conocieron suele coincidir en describir a Burton como un hombre impresionante, tanto físicamente como por su fuerte carácter, llegando a mostrarse iracundo en ocasiones; un tipo de cuidado que en las altas horas de la noche se tornaba incluso peligroso cuando en una mano llevaba la botella y en la otra portaba un revolver. Entonces parecía como si el demonio se hubiera apoderado de su ser. Los apodos de rufián, gitano y diablo que le dieron sus camaradas resultan ilustrativos de su verdadera personalidad.

A diferencia de otros viajeros notables cuyo mayor empeño estribaba en realizar una hazaña meritoria que trajera gloria, riqueza y fama a su nombre, como fueron Speke o Stanley, Burton sentía pasión por los viajes y la aventura, además de mostrar un verdadero interés por conocer nuevos pueblos y culturas. Adoptaba su vestimenta, sus usos y costumbres, aprendía su lengua, se hacía uno más entre ellos, camuflándose de esta manera para llegar a tratarlos con mayor intimidad, una cercanía que le proporcionaba un mejor conocimiento del mundo y sus gentes.

Solía hacerse pasar por médico para conseguir libre acceso a las casas y los harenes musulmanes, vedados a los hombres, salvo para los eunucos encargados de su vigilancia. Llegó a ser un entendido en el Corán y, aunque durante media vida lució al cuello una medalla de la virgen –regalo de su católica esposa al partir para África-, nunca profesó religión alguna. Es más, manifestó públicamente y por escrito su rechazo a las instituciones religiosas ya fueran de un credo u otro. A pesar de que no era un hombre religioso, mantuvo un gran interés por algunas ramas del saber esotérico, como el ocultismo y el sufismo. Sobre la religión escribió: Cuanto más estudio la religión mas convencido estoy de que el hombre nunca ha adorado otra cosa más que a sí mismo”.

En enero de 1861, con 40 años de edad, contrajo matrimonio en una ceremonia secreta debido a la oposición de la familia de su mujer. Ella se llamaba Isabel Arundell, tenía 29 años y provenía de una familia rica y aristocrática. Era una mujer inquieta, soñadora, romántica, culta y muy devota, con un catolicismo proselitista que la inducía a convertir a los paganos, y que trató de inculcar en vano a su marido. Viajó por medio mundo, escribió varios libros de viajes sobre sus experiencias, más una biografía laudatoria de Burton a su muerte, y fue una esposa fiel y entregada hasta el final. Menos clara queda la fidelidad de Burton hacia ella, ya que tenía tendencia a desaparecer durante meses, años incluso, en largas expediciones, que sólo remitieron en la vejez.

Isabel cometió un error imperdonable que causó un grave daño a la imagen de su marido y que, por añadidura, supuso una pérdida irreparable para el resto del mundo: a la muerte de Burton, quemó los diarios secretos del explorador y algunos libros aún no publicados, supuestamente con el fin de proteger su memoria.

¿Qué contenían los diarios para merecer el fuego? Nunca lo sabremos. Durante gran parte de su vida – una práctica habitual en aquellos tiempos –, Burton llevó una relación de su existencia, un tesoro inestimable que nos hubiera ofrecido el retrato más íntimo y cercano de aquel hombre tan singular, complejo y brillante. Fue la decisión de una vieja beata que se hallaba dominada por estrechas miras católicas y victorianas.

Burton no sólo fue un viajero, también fue un explorador de la mente. Estudioso de otras culturas, como hemos dicho, adoptaba fácilmente las lenguas y costumbres nativas, interesándose por cosas tales como los rituales, los juegos, las drogas o el sexo, en un afán por descubrir y experimentar nuevos conocimientos. De más de uno de sus libros se ha dicho que fueron en su día los mejores documentos para conocer a pueblos extranjeros. Sobresalían por su extensa y rica erudición, además de constituir la mirada más objetiva, lúcida y perspicaz de cuantas se habían llevado a cabo hasta entonces, e incluso posteriormente. Su visión de los árabes, de las tribus negras africanas o hindúes, de los mormones o los indios de las praderas, incluso de sus propios contemporáneos europeos, sin olvidar a sus compatriotas británicos– de los que no tenía un buen concepto, dicho sea de paso-, siguen siendo oportunas y válidas en gran medida actualmente.

En una sociedad puritana en la que la represión sexual era la norma, los escritos de Burton eran inusualmente sinceros en mostrar abiertamente su interés por la sexualidad. Sus relatos de viaje revelaban detalles de la vida amatoria de los pueblos que resultaron escandalosos para el inglés victoriano, ofreciendo indicios suficientes como para suponer que no se trataba de un simple conocimiento teórico basado en observaciones.

Su feroz independencia y su acidez verbal y escrita, no le granjearon muchas estimas. Objeto de envidias y menosprecios, no alcanzó a tener en vida la relevancia de otros exploradores mejor dotados para la adulación y las relaciones sociales. Sus logros fueron magníficos, únicos en muchos sentidos, pero la recompensa no estuvo a la altura de sus méritos.

Postergado en consulados de segunda o tercera fila, situados en lugares remotos y apartados, de escasa importancia internacional, únicamente al final – y por un breve espacio de dos años, hasta que fue separado del cargo “por entrometerse demasiado” en los asuntos públicos – llegó a ser cónsul de Damasco; la mayor parte del tiempo ocupó consulados que más parecían un castigo y una condena al ostracismo. Sirvan de ejemplo los años baldíos que vivió en Santos, una pequeña ciudad costera de Brasil, de la que escapó antes de perecer por las fiebres y el tedio.

Cuando murió, los médicos descubrieron que tenía el cuerpo cubierto de cicatrices, producto de sus muchos duelos y combates; algunos historiadores sugieren que también eran consecuencia de participar en ritos lacerantes sufíes, filosofía mística que conoció durante sus largas estancias en oriente y por la que demostró un gran interés.

Richard Burton fue siempre un personaje controvertido, al que su falta de respeto por la autoridad y las convenciones sociales le crearon muchos enemigos y una reputación de cínico e incluso depravado de la que nunca se libró. Los rumores que circulaban sobre él le cerraron las puertas de la alta sociedad inglesa. Por otra parte, nunca ahorró acerbas críticas al colonialismo, aunque es preciso reconocer que al mismo tiempo prodigaba consejos para extender y mejorar la dominación británica.

Solamente un puñado de amigos (entre sus amistades destacan Monckton Milnes, propietario de una de las mayores bibliotecas privadas de literatura erótica, el pornógrafo Frederick Hankey y el poeta decadente y alcohólico Algernon Swinburne) reconoció sin ambages sus muchos e indiscutibles logros personales. En la vejez le fueron reconocidos de forma oficial los servicios prestados a su país y fue nombrado Sir por la reina. No obstante, pese a ser un hombre de genio y talento, la mayor parte de su vida fue continuamente relegado a puestos de segunda categoría. Era una persona demasiado compleja e independiente como para ser aceptado por la rígida sociedad de su tiempo.

“Haz lo que tu hombría te empuje a hacer, no esperes aprobación excepto de ti mismo”


 

 
R ichard Francis Burton nació en Torquay, Inglaterra, el 19 de marzo de 1821 y murió en Trieste, entonces Imperio Austrohúngaro, el 20 de octubre de 1890, a la edad de 69 años, de un ataque al corazón. La reina Victoria le había nombrado caballero en 1866. Hablaba fluidamente veintinueve lenguas y más de cuarenta dialectos, mediante un sistema de aprendizaje de su invención que facilitaba su ya de por sí innato y portentoso don de lenguas. Era un consumado orientalista y traductor. Realizó la primera traducción integra de Las mil y una noches y del Kama Sutra, así como del poema clásico portugués Os Lusíadas, de Camoens. Pero por encima de todo, fue uno de los más grandes exploradores de la historia.

Entre 1851 y 1853, viajó en solitario a la ciudad prohibida de la Meca, para lo que se disfrazó de peregrino árabe, proeza sobre la que escribió un libro titulado Mi peregrinación a la Meca y Medina. Exploró el interior de África con el teniente John Hanning Speke, llegando en 1858 al lago Tanganica, desconocido en occidente. También viajó a lo largo y ancho de los Estados Unidos, un mundo pionero donde trató a vaqueros, indios nativos y mormones., que describió en su libro La ciudad de los santos. Fundó la Sociedad Antropológica de Londres junto con el Dr. James Hunt. Debido a sus particulares y heterodoxos puntos de vista sobre el sexo y la poligamia recibió el rechazo de la puritana sociedad británica de su época.

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2 Comments

  1. Maria Caro dice:

    Muy, muy interesante…. este tipo de artículo alimenta nuestra imaginación y despierta en nosotros el espíritu aventurero, deseando hacer un viaje diferente, en busca de un destino alternativo a las rutas más turísticas.
    Richard Burton, un aventurero completo, nos dejó muchos legados, no sólo sus relatos y traducciones sino, sobre todo, la descripción de tradiciones y costumbres que acercaron más a dos culturas distintas, aunque los hombres con sus prejuicios sigan empeñándose en alejarse.

  2. […] Las especies invasivas acaban por dominar rápidamente el territorio. Quien se mueve, gana. Al librarse con poderoso esfuerzo de los grilletes de la costumbre, del peso plúmbeo de la rutina&#…. No queda más remedio que continuar el viaje para alcanzar los sueños. Como don […]

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